En el extremo más occidental de la Casa de Campo, donde el Arroyo del Rey penetra en el recinto pasando bajo el puente/reja construido en el siglo XVIII , hay algunos fresnos que destacan por su tamaño y estado.
Carlos III y Sabatini se encargaron, el primero de cerrar definitivamente la posesión real y el segundo de dotarla de puentes y rejas que permitieran el paso de los diferentes arroyos que la atravesaban.
La reja del Arroyo del Rey, que construyó el arquitecto real Francesco Sabatini en la cerca histórica de la Casa de Campo, en el siglo XVIII, se recuperó en 2003 después de décadas escondida entre kilos de zarzas, enredaderas y otros matorrales que habían crecido a su alrededor. Desde entonces los transeúntes pueden contemplar sus 13 contrafuertes y tres arcadas —antaño equipadas con rejas y ahora cegadas con ladrillo— de una longitud aproximada de unos 60 metros.
Muchas de las plantas que la cubrían se descolgaban desde las parcelas de las viviendas de la urbanización de lujo de Somosaguas (Pozuelo de Alarcón), que se construyeron hace años y usan el muro, declarado Bien de Interés Cultural (BIC) en 2010, como si fuera de su propiedad.
Los puentes/reja cumplían la función de permitir el paso a las aguas de los arroyos que entran en la Casa de Campo e impedir, al mismo tiempo, que los animales escaparan de los dominios reales y que se colaran intrusos.
En la actualidad se conservan cuatro rejas, en mejor o peor estado, además de la destapada por la poda. La del arroyo Meaques, cercana a la zona de Campamento, está restaurada e incluye una reja metálica nueva abatible; la de Prado del Rey conserva la reja original; la del arroyo Antequina, más deteriorada y con una cancela nueva que no guarda ningún parecido con la original y otra, de menor entidad, muy tapada por la tierra que se ha ido acumulando por la erosión del terreno.
Y al lado de los arroyos, los fresnos. Desde el perdido del “ahorcado”, hasta los de la fresneda del Meaques.
O estos solitarios que podemos contemplar en estado muy diferente: desde el pleno esplendor, hasta la honorable decadencia.
LAS CUATRO REJAS DE LA CASA DE CAMPO