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Maravillosa tejeda.

Un espacio de magia y misterio donde el rumor del agua descendiendo hacia Canencia es la mejor de las melodías.

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La presencia del abuelo de los tejos, del impresionante ejemplar que resiste el paso del tiempo nos hace sentir un poco cómplices y un poco culpables. Cómplices por compartir con él unos instantes de su vida (y nunca mejor dicho lo de instantes, porque nuestra vida comparada con la suya es eso, un instante). Y culpables por tener la sensación de estar interrumpiendo algo, hollando con nuestros pies terreno sagrado, interfiriendo en la escena como malos figurantes de una película eterna.

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Y mirando alrededor, más tejos. No tan grandes no tan impresionantes. Pero surgen por todos lados ante los ojos del sorprendido paseante.

Al marchar, caminando hacia el aparcamiento, no puedo dejar de pensar la fortuna que tenemos de poder contemplar a pocos minutos de la ciudad un espacio como éste.

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Y siempre me marcho con la idea de volver otro día y, en silencio, con profundo respeto, cuidado y cariño saludar al compañero del puerto.

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Tejos de CANENCIA (Madrid)