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Eucalyptus globulus

Taxodium distichum

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Dar un paseo en otoño por los alrededores del estanque del Palacio de Cristal del Retiro puede convertirse en una autentica sobredosis de belleza. Ver reflejarse en el agua el palacio y los árboles que rodean el recinto, así como los que están dentro del propio estanque, dejan asombrado a cualquiera y le traen a la memoria otros momentos, otros lugares, más o menos cercanos, en los que tuvo ocasión de contemplar algo parecido.

Verdes, sì, tonos verdes en este sorprendente y maravilloso otoño, amarillos, ocres, naranjas, rojos e infinidad de gamas más, convierten el momento en el más colorista del año. Mucho más que la lujuriosa primavera, y, por supuesto, que el sedante verano o el aletargador invierno.

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El eucalipto que aparece en la orilla del río y el llamado “Ciprés calvo” o también “Ciprés de los pantanos” cercano a él pero ya en el agua, junto con los otros de su misma especia que le acompañan añaden el toque vital a la escena.

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Los dos son árboles exóticos para el lugar en el que se encuentran. Los dos tienen mucho de inmigrantes arbóreos. Contra el primero he escuchado muchos gritos de guerra por su implantación en diferentes lugares de nuestros país sustituyendo árboles autóctonos menos rentables para la industria papelera (“ocalitos non”, claman voces ecologistas en Asturias). Su nombre Eucalyptus, procede del griego eu (bien) y kalipto (cubrir), refiriéndose a sus flores que están bien protegidas hasta que abren

El segundo no pasa de ser una anécdota arbórea en nuestra ciudad, lo que no le resta un ápice de belleza y admiración por su capacidad adaptativa. El origen de su nombre hay que buscarlo también en el griego taxus (tejo) y oidos (forma), que hace referencia a su parecido con el tejo, especialmente en sus ramillas con hojas. En cuanto al nombre popular (ciprés) puede inducir a confusión ya que ni siquiera pertenece a su familia.