Arbutus unedo
Ginkgo biloba
En la plaza de la lealtad podemos contemplar, entre otros, dos de los árboles más interesantes de la ciudad.
El primero de ellos nos permite observar cómo las muletas no son exclusivas del ser humano, sino que a algunos árboles les viene muy bien para aguantar un poco más el paso de los años y el peso de sus ancianas ramas. Efectivamente, éste madroño, probablemente es el más interesante de toda la ciudad, y mantiene el honor nobiliario de su estirpe que le hizo, en su día, formar parte del escudo de Madrid.
Me viene aquí a la memoria la famosa historia del oso y el madroño, de la razón por la que aparecen en el escudo y de por qué el oso (o más bien osa como opinan muchos) apoya sus extremidades delanteras sobre el árbol y las traseras en el suelo. Pero ese cuento lo contaré otro día.
Hoy me fijaré en sus flores y sus frutos, que aparecen al mismo tiempo, en su(s) tronco(s), en sus hojas y en su porte y entraré en su interior para contemplar el mundo (o el Ritz) desde él. Lujo por lujo.
Al lado, protegiéndole como un hermano mayor, en claro contraste, aparece el ginkgo. Este no tiene raíces históricas en nuestra ciudad, pero su origen, como queda dicho en otro lugar de este blog, se remonta a tiempos tan remotos que no hay memoria que los recuerde.
Una vuelta alrededor de la plaza nos permitirá ver varios árboles más: arces, castaños de indias, otro ginkgo, un precioso cedro, etc. Merece la pena.